martes, 2 de diciembre de 2014

OPORTO



Hay veces que sin querer te encuentras a ti mismo en una ciudad perdida y de la misma forma, sin saber por qué, te ves perdido en una ciudad conocida. 

Así apareciste tú, sin querer, a los pies del Duero una noche de verano y supe que me quedaría sentado en tu orilla cada uno de los días que escribieran mi vida.

Nos bastaba la brisa fría del océano que compartíamos río arriba. Nos bastábamos solo nosotros, el atardecer posado sobre los palacios blancos y las casas de colores. La coca cola por la tarde y el mojito endulzando la noche. No importaba nada más.

Nos bastaba el olor a humedad, el azul sobre blanco de cada azulejo, el blanco sobre el azul de cada nube. Los campanarios despuntando sobre un mar de teja vieja. El vino dulce, el pan mojado en aceite y la francesiña más rica del mundo. Los rincones oscuros, la suciedad llenando cada vacío, la decadencia como carta de presentación. Nos bastábamos solos desandando a ritmo de fado las cuestas que nos cansaban, sin saberlo. Los mercados y tiendas atascadas en el ayer. El oxígeno del Atlántico inundándonos los pulmones y las dos orillas acunando las últimas horas del Duero. Las cenas cara a cara al río, hombro a hombro con el frío. Brindando a la noche por la suerte de encontrarnos allí. Porque nos sobraba todo y no necesitamos más...


Y cuando nos despertamos por la mañana todo nos supo a poco.

Y al bajar a la calle nos dimos cuenta que nos habíamos olvidado de lo que sentimos, aun sabiéndonos enamorados a primera vista...
Sin entenderlo, nos vimos perdidos y nos encontramos como extraños, sin planos ni mapas que nos dijera dónde nos habíamos equivocado y cómo habíamos llegado hasta allí. Como si tus dos orillas se separaran aun más sin un puente que fuera capaz de atar nada.

Cuesta abajo cuesta arriba... y cada vez más cuesta arriba.

Y así, sin darnos cuenta, sin saberlo, sin quererlo, sin evitarlo, me fui yo, tierra adentro mientras tú te quedabas en aquella orilla esperando agua nueva.

No sé si volveré a verte. No sé si volveré a escribirte. Oporto.

domingo, 3 de junio de 2012

LA VIDA CANSA


Verás abuela, aunque sé que no me leerás nunca, te escribo porque necesito escribirme a mi mismo.

Verás, ahora que se hizo de noche, ahora que vuelvo a casa y pienso, necesitaba escribir para poder descargar mi cabeza como una tormenta de mayo.

Te escribo porque cuando me viste entrar por la puerta y sonreíste supe que la vida ya te cuesta, que ya no eras capaz de seguir caminando. Supe que cada latido es un esfuerzo inhumano que soportas con desgana y cada segundo se te hace una eternidad. Supe, mientras se me revolvían todas las entrañas, que poco a poco nos vas dejando al mismo tiempo que te abandonas a ti misma. Que cuando te cogí la mano, ya no quedaba fuerza, solo un hilo de voz. Que hace tiempo que diste un portazo a la esperanza y no compartimos el mismo mundo.

Porque la vida cansa. Porque la vida agota.

Vete cuando creas oportuno. Quizá cuando te des cuenta que por mucho que te veamos aquí, tu realmente ya estas lejos. Porque muchas veces el final de nuestra historia lo elegimos nosotros, aunque el corazón diga que seguimos vivos.

Y sé que allí donde alzas la mirada, soportando el infinito al que no quitas ojo por si se cae la venda que mantiene los pocos momentos de lucidez, allá en el fondo nos sigues queriendo. Siempre a tu manera.

Te escribo, aunque nunca me leas, para intentar deshacer el nudo que ata mi estómago a tu vida. Porque no me gusta esto y prefiero seguir pensándote como eras antes. Cuando la derrota en la lucha por la vida no había ganado la partida. Cuando eras tú la que me cogías la mano a mí.

Descansa abuela porque la vida agota.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

VENEZIA

Todavía hoy me sigues dejando sin palabras. Aunque sume lugares, compañías, vidas. Cuando te pienso me vuelvo mudo. Me sigues dejando mudo aunque nos separe el Mediterráneo y desde la meseta castellana, a meses de distancia, tu atracción no llegue con tanta fuerza.

Me dejas sin palabras ahora que me encantaría volver a ti. Pero hoy con tierra y mar de por medio lo tengo claro, me quedaría sentado en esas escaleras todas las noches de mi vida. Mis sueños reposarían sobre una góndola y al desembocar en San Marcos no haría falta volver a despertar. Allí me quiero quedar yo, en la esquina más apartada del mundo, tras atrapar miles de atardeceres e instantes que de tanta belleza dejan sin fuerzas. Me dejas mudo y no solo eso, soy incapaz de aprender tu lenguaje.

Me quedo allí, acunado en aquella noche, en ese paseo rozando con la punta de los dedos la madrugada y el frío calando hondo los huesos. Vuelvo allí, saboreando aquella noche, sabiendo que toda la ciudad era nuestra, que flotaba por nosotros mientras que nos sumergíamos perdidos en tus tramas. Que desprendía belleza como las flores desprenden aroma cada primavera sólo porque sabía que nosotros la mirábamos. Que quería atraparnos en la oscuridad sus calles para dejarnos siempre allí. Que su luz titilante nos arropaba al oír nuestra voz, que ella misma nos susurraba a través del mar, pero su melodía no encontraba traducción en nuestro idioma. Que su sombra, era más dulce si se reflejaba en el canal. Que volvería a enmudecer si hiciera falta por pisarte y volverme a engañar con la magia de tu antifaz.

Y vuelvo a ti, aunque en la lejanía no soporte recordar el romanticismo innato que emana en cada esquina, que brota en cada rincón y desborda tus plazas e islas como mar de invierno. O el narcisismo que te sostiene la cabeza bien alta porque sabes que nadie aguanta tu belleza cada atardecer cuando te asomas al mar. Tus turistas, sus cámaras o sus planos. El bullicio de tus callejuelas. La banda sonora de San Marcos. La melancolía de tu noviembre bañado por la bruma, la lluvia, la soledad. Tus besos de sal que ahora se tornan ácidos. La desconfiada sonrisa de tus máscaras o la delicadeza de tus palacios. El color de tus cristales. La tranquilidad de tus canales. Tus suspiros. El rugido silencioso del león ondeando en cada bandera. Las palomas. Tu luz a cada instante distinta. El carnaval. El color que inspira miles de artistas. La acuarela que dibujas cada día.

La catedral, la calidez de su oro, el tamiz ámbar que todo lo inunda. La imperturbabilidad de tus mosaicos. La burbuja donde se congeló el tiempo, el espacio, el microcosmos perenne dispuesto a elevarte al mismo cielo, acogerte y disfrutarlo como un regalo, como una rosa, como un éxtasis. La decadencia de tus palacios, tus mil y un puentes y los mil y un enamorados.

Tu silueta en esa noche desapacible que yo ahora guardo con calma en mis recuerdos que son incapaces de hablar de ti.


Volvería para enmudecer otra vez, con los ojos cerrados.

sábado, 6 de agosto de 2011

(MILÁN)

Ayer aterricé y sin darme cuenta te he recorrido durante 10 meses. Ayer hacía las maletas y las llenaba de planes, de incertidumbres. Hoy las vuelvo a hacer y no soy capaz de cargar con todo (Tampoco quisiera dejarme nada). Ahora, aún con la habitación completamente vacía tengo la sensación que me dejo mil cosas.

Ayer, cuando te aterrizaba mis retinas devoraban tus calles, tus gentes, tu caricia fría con sabor a café. Hoy incrédulo de mí, subido en el bus, intentaba descubrirte como algo nuevo, quizá para engañarme, quizá para vivirte otra vez, quizá para quedarme siempre aquí.

Ayer comenzaba a caminarte y tu camino me parecía infinito. Hoy con él agonizando intento buscar dónde dejé mis pasos, cómo encontrar mis huellas para saber que realmente te viví, que no fue un sueño. Ayer te construía en mi cabeza, te inventaba, te temía, te esperaba. A partir de hoy solo me queda soportar tu recuerdo como un atlante del Duomo aguanta sin esfuerzo la blanca belleza de tus agujas. Siento que me dejas mil cosas en el tintero…

Milán siempre serás mi paréntesis.

Ahora sé que te llevo dentro. Te espero dentro. Lo sé desde el primer día que saliendo del bullicioso metro, subiendo por las escaleras hasta tu corazón aún de noche y lloviendo te mostraste eterna. Estrella de mil puntas. Dolorosamente blanca. Descaradamente Bella. Dispuesta sin reservas a ser el mejor telón de fondo de mi vida, de mis paseos, solo al precio de admirarte cada vez que te abrazaba, de no cansarme de verte, de humillarme al sentirme minúsculo bajo el dintel de tus puertas. Desde aquella noche supe con certeza que ibas a estar siempre ahí detrás porque me lo susurrabas cada vez que te rodeaba. Supe desde aquella primera noche que estabas robando parte de mí y que yo me dejaba encantado. Que siempre serias la domus abierta a amigos y familia. Pero hoy la cosa cambia.

Ahora sé que siempre serás mi paréntesis, un escalón más de mi vida que situado arriba estoy encantado de haber escalado. El empujón a mi yo que me llena de fuerza al enfrentarme a otros horizontes, otros retos.

Porque este fue el año que viví, que dormí, que viaje, el año en que aprendí poco italiano, el año que crecí, el año en el que los invisibles no nos dejaban ver, el de los Aperitivis, las pizzas, la pasta, los cócteles, las columnas y de alcatraz. El año que tuve bici y de la misma forma dejé de tenerla, el de las tertulias después de cenar, el de las tortillas de patata y en el que comí más jamón que cuando estaba en casa. El año en que recorrí tus avenidas infinitas bajo tus bóvedas de árboles. El año en el que la lluvia era sinónimo de otoño y en el que volví a casa por navidad. El año en que supe lo que son las tiendas de verdad, los modelos, el glamour. La Scala. Los tranvías bajo las telarañas de la catenaria que tejían la ciudad. El año en que compartimos las noches, las vidas, las casas. El año en el que estuve allí a través de Skype. El año en que me encantaron vuestras visitas, el año de Wind, de Esselunga (siempre fidaty), del va bene! El año que también os eché de menos (¡pues claro!), el año que no habrá otro igual, el año que se me pasó sin darme cuenta. El año. Sin más.

Porque me has arrancado poco a poco un trocito de mí para atarlo de por vida a tu nombre y ahora mientras hago las maletas, mientras recojo los trastos que acumulo con alguna lágrima sé que también me estoy recojiendo a mi mismo. Me voy contento pero también con pena por todo lo que me has dado y no he asimilado. Y 10 meses me parecían muchos.

Te dejo. Me voy sin mirar atrás, con un nudo en el estómago (porque sigo queriendo con el estómago), con alguna lágrima pero con las maletas llenas de ti. Te dejo aquí para encontrarme cada día y cada vez que lo necesite en el mismo sitio y en el mismo año.

No tengo ni que decirte que me encantó escribir mi vida en tus páginas

Hoy cierro el paréntesis y continúo mi vida.

(Milán) mi mejor paréntesis.

sábado, 16 de abril de 2011

SERÁ ESTA NOCHE

Volverá el latido, los nervios, las miradas cómplices o tu sonrisa intuida bajo el verdugo azul, el vello erizado.

Aflorarán las emociones sobre la piel y revolverán todo un año. Removiendo alegrías. Reviviendo penas.

Seremos uno.

El PAZ Y BIEN será el inicio, nuestro saludo, nuestra presentación, nuestro deseo. Y el abrazo será el final.

Marcará el tañido tu salida y te erigirás a golpe de campana sobre todos nosotros con los brazos abiertos en cruz de amor.

Volverá el silencio por compañía y el padrenuestro por los doctrinos.

Volverán las cigüeñas a entonar su particular miserere Clerecía arriba al son de tu paso, de mi paso.

Volverá esta noche el olor a incienso en la ropa y las nubes por las que navegas haciéndote el dormido.

Volverán en la noche los cardos a tus pies, que este Santo lunes son como rosas.

Volverá tu cruz a recordarme otras cruces, otros calvarios, otros sufrimientos y al tiempo el refugio donde siempre encuentro consuelo.

Volverás a ser nuestra Luz en la oscuridad, el Camino hacia la Verdad y al alabarte cara a cara volveré a saberte Vida.

Volveré a escucharte, reo de muerte, con los ojos cerrados y sentiré como tu abrazo me llena el alma.

Y antes de marcharme, casi a solas, volveré a acariciarte con la mirada como una oración y sabré entonces que mi fe me habrá curado.

Volverá esta noche, si, esta noche, el milagro de cada Lunes Santo, susurrándonos Su Palabra en el silencio.

Y volveremos a abrir las puertas para que sea Él el que entre.

Esta noche.

Dios mediante.

Para aquellos que dejan su vida sobre Sus pies con un beso.

(Para la Revista Lignum Crucis nº11. Salamanca.)

martes, 25 de enero de 2011

BERLÍN

Berlín, ahora que recuerdo los días en los que escribiste mi noviembre con lluvia, frío y vino caliente descubro en ti la mejor forma de resucitar entre las cenizas de un pasado sórdido y gris, veo en ti la mejor cara al peor de tus pasados. Ahora recuerdo cuando paraguas en mano me mostraste tus muros transparentes, cuando saltando en los charcos vi reflejado tus dos caras más auténticas, tus lindes que nunca fueron tal, tus mundos opuestos impuestos y tus ansias por coser las cicatrices a fuerza de paciencia y respeto.

Ahora que te recuerdo, saboreo con más ganas tus contrastes, la mezcla de hoy y el poco ayer, el imperio de antaño y el precio de estar siempre en el ojo del huracán. Las dos caras de la moneda y del muro. Las ideas oprimidas entre gris hormigón ahora lienzo de libertades, de infinitos colores con los que ver el mundo, de otras tantas formas de entenderlo.

Ahora que te vuelvo a recordar, a pesar de la niebla y el frío, me sigue atravesando tu mirada firme puesta siempre en el futuro y los pies tan sujetos a esa tierra. Reposo de escombros que dejaron las miserias humanas, el hombre lobo para el hombre.
Y ahora Berlín que redescubro tus rincones, ahora que me muestras unas heridas aún en carne viva y otras prudentemente cicatrizadas, comparto tus dolores…

En Sachsenhausen hacía un frío de muerte, de asquerosa muerte. Y un silencio que hacía daño. Como sucede tantas veces cuando el mundo deja su alma en manos de la indiferencia, cuando calla y mira hacia otro lado. Todo era sucio, gris y el frío latía perenne como si se hubiera instalado allí en memoria de aquellos inviernos de la historia del ser humano, como hito de lo macabro que un día sucedió en esos infiernos. Como si el calor huyera de ese lugar porque ya nada quedaba por calentar, como una tierra que de tanta sal, de tanto horror, no dejara crecer la hierba. Solo quedaban unos barracones, los cimientos de mil pesadillas y de otras tantas historias con nombres y apellidos que, solo oírlas, bastaban para congelar la sangre y salir corriendo. Solo nuestros pasos rompían ese incómodo silencio donde no hace mucho miles de personas gritaban un ¿por qué? que aún nos da miedo contestar, donde vivieron y murieron como animales ¡mucho peor!. Yo mientras deseaba salir de aquel horror, sólo pedía que no se nos olvidase pues de lo contrario, como dijo aquel, estamos condenados a repetirlo.

Pero ahora que te paseo lejos, aprendo de ti y sonrío al darme cuenta que siempre encuentras lo positivo de las cosas, que donde hubo murallas de represión, tú siembras edificios transparentes, de democracia, que donde hubo sombras ahora te llenas de luz. Que no sé cómo lo haces pero que donde hubo odio, Berlín hablas de amor.

No te engaño, cuando tus vergüenzas cayeron yo a penas contaba con meses de vida y es por eso que tu vuelta a la vida, aunque cercana se me escapa del yo en primera persona. Y no abarco la trascendencia del fin de tus fronteras. Quizá sea por eso que esas heridas me suenan demasiado lejos y te disfruto como algo nuevo…
No te engaño, pesar de ello, te envidio igual.

Berlín, ahora que te recuerdo, sonrío de nuevo porque allí donde despertó la historia mas horrible del s. XX, allí donde la crueldad humana no parecía tener límite, allí donde las heridas de un muro intentaban cicatrizar te levantas cada mañana entre la libertad y la pluralidad. Mirando al horizonte a través de tus cúpulas de cristal, con puertas que nunca cierran para el que todo el que quiera se sienta de allí. Con sus errores por bandera, para que no se nos olvide. Porque si algo tienes presente, Berlín, es tu pasado.

Y nosotros paseamos por allí, bajo la fría agua, comiendo salchichas y derrochando las noches con vino caliente.

lunes, 15 de noviembre de 2010

ROMA

Cerré los ojos y conteniendo la respiración en el puño deseé pasearte de nuevo. De espaldas a una ciudad eterna en sus rincones probé suerte por si se volvía a cumplir por arte de Trevi el milagro de perderme por Trastévere, de recorrer las ruinas y guiarme por obeliscos en el laberinto de tus plazas una vez más.

Esperé, que a cambio de unos pocos céntimos, la Piazza de San Pietro me acojiera con su columnata desde casi el puente de Sant´Angelo en un sinfín barroco, que en Roma va desde las catacumbas hasta cielo pasando por el baldaquino berniano.

Solté la moneda sin mirar atrás por si se rompía el hechizo y mañana no puedo volver a disfrutar de tu belleza, de tu sol bajo la escalinata de la Plaza España o del rumor del agua en cada esquina.


Respiré mientras tanto, rodeado de turistas, el aire que cortaba mi moneda hasta tocar el agua a ciencia cierta de que era el mismo que caía densamente a través del óculo que corona el Panteón. Como si en aquel espacio casi perfecto el tiempo que se acumula fuera el poso que lo alimenta día a día y nos maravilla 2000 años después.

Te espero pronto porque me encantas tal como eres. Con tu desorden, tu tráfico imposible o tu suciedad. Con la altanería de quien que sabe que el tiempo no puede con ella. Con la humildad de quien abre sus tierras y muestra en sus ruinas el origen de nuestra cultura, sin darse importancia. Con la soberbia de quien se sabe que guarda secretos que bien valen un Potosí y la servidumbre de quien pone el cielo a tus pies. Con la gracia de quien acuna al César y la decadencia que sufre la que tiene un imperio tras ella. Me encantas. Tus fuentes, tus colinas, tus escaleras y pizzas. Toda tú.

Roma.