miércoles, 23 de noviembre de 2011

VENEZIA

Todavía hoy me sigues dejando sin palabras. Aunque sume lugares, compañías, vidas. Cuando te pienso me vuelvo mudo. Me sigues dejando mudo aunque nos separe el Mediterráneo y desde la meseta castellana, a meses de distancia, tu atracción no llegue con tanta fuerza.

Me dejas sin palabras ahora que me encantaría volver a ti. Pero hoy con tierra y mar de por medio lo tengo claro, me quedaría sentado en esas escaleras todas las noches de mi vida. Mis sueños reposarían sobre una góndola y al desembocar en San Marcos no haría falta volver a despertar. Allí me quiero quedar yo, en la esquina más apartada del mundo, tras atrapar miles de atardeceres e instantes que de tanta belleza dejan sin fuerzas. Me dejas mudo y no solo eso, soy incapaz de aprender tu lenguaje.

Me quedo allí, acunado en aquella noche, en ese paseo rozando con la punta de los dedos la madrugada y el frío calando hondo los huesos. Vuelvo allí, saboreando aquella noche, sabiendo que toda la ciudad era nuestra, que flotaba por nosotros mientras que nos sumergíamos perdidos en tus tramas. Que desprendía belleza como las flores desprenden aroma cada primavera sólo porque sabía que nosotros la mirábamos. Que quería atraparnos en la oscuridad sus calles para dejarnos siempre allí. Que su luz titilante nos arropaba al oír nuestra voz, que ella misma nos susurraba a través del mar, pero su melodía no encontraba traducción en nuestro idioma. Que su sombra, era más dulce si se reflejaba en el canal. Que volvería a enmudecer si hiciera falta por pisarte y volverme a engañar con la magia de tu antifaz.

Y vuelvo a ti, aunque en la lejanía no soporte recordar el romanticismo innato que emana en cada esquina, que brota en cada rincón y desborda tus plazas e islas como mar de invierno. O el narcisismo que te sostiene la cabeza bien alta porque sabes que nadie aguanta tu belleza cada atardecer cuando te asomas al mar. Tus turistas, sus cámaras o sus planos. El bullicio de tus callejuelas. La banda sonora de San Marcos. La melancolía de tu noviembre bañado por la bruma, la lluvia, la soledad. Tus besos de sal que ahora se tornan ácidos. La desconfiada sonrisa de tus máscaras o la delicadeza de tus palacios. El color de tus cristales. La tranquilidad de tus canales. Tus suspiros. El rugido silencioso del león ondeando en cada bandera. Las palomas. Tu luz a cada instante distinta. El carnaval. El color que inspira miles de artistas. La acuarela que dibujas cada día.

La catedral, la calidez de su oro, el tamiz ámbar que todo lo inunda. La imperturbabilidad de tus mosaicos. La burbuja donde se congeló el tiempo, el espacio, el microcosmos perenne dispuesto a elevarte al mismo cielo, acogerte y disfrutarlo como un regalo, como una rosa, como un éxtasis. La decadencia de tus palacios, tus mil y un puentes y los mil y un enamorados.

Tu silueta en esa noche desapacible que yo ahora guardo con calma en mis recuerdos que son incapaces de hablar de ti.


Volvería para enmudecer otra vez, con los ojos cerrados.