martes, 25 de enero de 2011

BERLÍN

Berlín, ahora que recuerdo los días en los que escribiste mi noviembre con lluvia, frío y vino caliente descubro en ti la mejor forma de resucitar entre las cenizas de un pasado sórdido y gris, veo en ti la mejor cara al peor de tus pasados. Ahora recuerdo cuando paraguas en mano me mostraste tus muros transparentes, cuando saltando en los charcos vi reflejado tus dos caras más auténticas, tus lindes que nunca fueron tal, tus mundos opuestos impuestos y tus ansias por coser las cicatrices a fuerza de paciencia y respeto.

Ahora que te recuerdo, saboreo con más ganas tus contrastes, la mezcla de hoy y el poco ayer, el imperio de antaño y el precio de estar siempre en el ojo del huracán. Las dos caras de la moneda y del muro. Las ideas oprimidas entre gris hormigón ahora lienzo de libertades, de infinitos colores con los que ver el mundo, de otras tantas formas de entenderlo.

Ahora que te vuelvo a recordar, a pesar de la niebla y el frío, me sigue atravesando tu mirada firme puesta siempre en el futuro y los pies tan sujetos a esa tierra. Reposo de escombros que dejaron las miserias humanas, el hombre lobo para el hombre.
Y ahora Berlín que redescubro tus rincones, ahora que me muestras unas heridas aún en carne viva y otras prudentemente cicatrizadas, comparto tus dolores…

En Sachsenhausen hacía un frío de muerte, de asquerosa muerte. Y un silencio que hacía daño. Como sucede tantas veces cuando el mundo deja su alma en manos de la indiferencia, cuando calla y mira hacia otro lado. Todo era sucio, gris y el frío latía perenne como si se hubiera instalado allí en memoria de aquellos inviernos de la historia del ser humano, como hito de lo macabro que un día sucedió en esos infiernos. Como si el calor huyera de ese lugar porque ya nada quedaba por calentar, como una tierra que de tanta sal, de tanto horror, no dejara crecer la hierba. Solo quedaban unos barracones, los cimientos de mil pesadillas y de otras tantas historias con nombres y apellidos que, solo oírlas, bastaban para congelar la sangre y salir corriendo. Solo nuestros pasos rompían ese incómodo silencio donde no hace mucho miles de personas gritaban un ¿por qué? que aún nos da miedo contestar, donde vivieron y murieron como animales ¡mucho peor!. Yo mientras deseaba salir de aquel horror, sólo pedía que no se nos olvidase pues de lo contrario, como dijo aquel, estamos condenados a repetirlo.

Pero ahora que te paseo lejos, aprendo de ti y sonrío al darme cuenta que siempre encuentras lo positivo de las cosas, que donde hubo murallas de represión, tú siembras edificios transparentes, de democracia, que donde hubo sombras ahora te llenas de luz. Que no sé cómo lo haces pero que donde hubo odio, Berlín hablas de amor.

No te engaño, cuando tus vergüenzas cayeron yo a penas contaba con meses de vida y es por eso que tu vuelta a la vida, aunque cercana se me escapa del yo en primera persona. Y no abarco la trascendencia del fin de tus fronteras. Quizá sea por eso que esas heridas me suenan demasiado lejos y te disfruto como algo nuevo…
No te engaño, pesar de ello, te envidio igual.

Berlín, ahora que te recuerdo, sonrío de nuevo porque allí donde despertó la historia mas horrible del s. XX, allí donde la crueldad humana no parecía tener límite, allí donde las heridas de un muro intentaban cicatrizar te levantas cada mañana entre la libertad y la pluralidad. Mirando al horizonte a través de tus cúpulas de cristal, con puertas que nunca cierran para el que todo el que quiera se sienta de allí. Con sus errores por bandera, para que no se nos olvide. Porque si algo tienes presente, Berlín, es tu pasado.

Y nosotros paseamos por allí, bajo la fría agua, comiendo salchichas y derrochando las noches con vino caliente.