lunes, 24 de agosto de 2009

INTERMINABLES

Necesitaba escribir las noches que no me dejaron dormir. Las que vi pasar cada hora, cada minuto sentado delante del ordenador hasta encadenarlas con los primeros rayos del día siguiente. Necesitaba contaros las noches que escuché por escuchar Hablar por hablar mientras quedaba colgado mi archivo de Autocad entre la neblina blanca de un “no responde”. Necesitaba escribirlo para así quizá poder dormir hoy tranquilo. Necesitaba poner un punto y final. Cerrar sesión.

Nunca había pensado que las noches tenían tantas horas, tantos minutos mientras las derrochaba con los amigos de un lado a otro los fines de semana. Si en ellas el reloj no existía, estas veces hubiera necesitado alargarlas aún más. Nunca habían pasado noches enteras ahogado por las entregas del día siguiente. Tampoco había sentido el peso del amanecer sobre el cuerpo o el atontamiento en el que se sumerge la cabeza el resto del día. Ni siquiera sabía lo que era tener cansados los ojos o lo que era utilizar una ducha reparadora como punto de partida para el nuevo día. Esas noches, en las que el sueño pasa de largo, esas noches en las que la cama es una cómoda mesa auxiliar para acumular croquis, referencias y un sinfín de papeles innecesarios que acaban en la basura poco tiempo después, esas noches en las que el descanso es de un cuarto de hora dando una vuelta por tuenti por si algún sonámbulo dejaba caer algún comentario, esas noches que continúan con un pincho a mediodía mientras ploteas y acaban a la hora de la siesta con un profundo sopor, esas noches, solo esas, son las que quiero borrar.

Nunca había oído tantas historias tan diferentes por la radio, tantos silencios que cuentan tantas cosas… La mayoría tristes, la verdad, la mayoría te obligan a susurrar un: “qué suerte tengo…!”, un “qué pena…” o un “que nunca me pase…” Nunca habría pensado que la gente podía descolgar su teléfono una madrugada cualquiera y llamar a un programa para decir que se sentía sola, que lo acababan de ingresar en una clínica sin saber por qué, que su hijo se había suicidado, que le habían engañado, que necesitaba hablar de cualquier cosa con cualquier persona o incluso que le estaba siguiendo un extraño hombre que le esperaba en el portal… He llegado a pensar que quizá, al contarle sus dichas o desdichas al mundo a través de las ondas, al escuchar su voz en la lejanía de la radio, al encontrar en el silencio las respuestas que necesitan, se sientan aliviados como si fuera un extraño el que le contase su misma historia, como si hubiera un alma gemela en algún lugar del mundo capaz de reconfortarlos con la palabra, con la empatía, como si alguien fuera capaz al fin de comprenderlo. También he pensado que en muchos casos no hay consuelo que alivie el dolor.

Y en la oscuridad de la noche, en el silencio de la habitación, en la luz del flexo y del portátil, en la música de la radio… tengo que decir que no estuve solo, al otro lado del Messenger, tan solo con un clic, compartimos los agobios de última hora, las dudas, los trucos o conversaciones que se alargan hasta el amanecer. Es justo agradecer por tanto a aquellos que trasnocharon a mi lado, a aquellos que perdisteis vuestro tiempo para ganar yo el mío, remendaron mis fallos o simplemente preguntaron un qué tal vas, su dedicación ¿es justo verdad? aunque nunca lleguen a leer estas palabras o no se den por aludidos.

Porque a pesar de la infinitud de esas noches, tengo la sensación que fueron un sueño, que no se hicieron tan largas, que no existieron. Incluso puede ser que un helado en la plaza, una buena compañía, una batalla de karaoke (bien metido en el papel), un brindis con trozos de sandía o una noche de San Juan, tengan la capacidad de borrar los sofocos y saborear esta vida que dibujamos a golpe de lapicera y Autocad.

Ahora ya podré bajar las persianas que no bajaron en esas noches, cerraré la habitación, la vaciaré y pensaré a varios kilómetros como llenarla el curso que viene.

Junio 2009