domingo, 17 de agosto de 2008

SALAMANCA



No hizo nunca falta preguntar de dónde era ni por dónde caminaba porque siempre me sentí en casa. Sus calles son la prolongación de mi pasillo y supe desde pequeño que sus gentes, dicen que secas, parcas, sin sal (No lo siento así) eran mis vecinos.

Desde mis primeros pasos me contaron que la plaza no es perfecta, pero a mi me parece una enorme joya. Que desde sus campanarios se puede tocar con la punta de los dedos el cielo y así llegué a sentirlo una tarde de verano cualquiera. Que subiendo por Compañía la soledad es más llevadera y cada amanecer, cada invierno, sus piedras calientan la vida. Que sus fachadas son retablos y el río un espejo y que su silueta iluminada en la noche es el capricho en arena de playa bañado por este cielo que cae sobre nosotros. Que sus suelos comunican mediante pasajes las leyendas más inverosímiles, otros tiempos. Que sus calles huelen a ayer y sus piedras se derriten de belleza cada atardecer. Que sus trajes son de oro y en sus fachadas se puede leer sangre. Que se ve más filigrana en la piedra que en las joyerías y tras una de las conchas se esconden tesoros aunque pienso que para tesoros los recuerdos que dejo yo bajo sus piedras.

Me hablaron que no hubo terremotos que pudieran con su fortaleza ni bandos que no apaciguara la mano de Dios. Que en verdad el cielo de Salamanca está en el Patio de Escuelas porque el cielo estuvo desde el comienzo cerca de los jóvenes, sus estrellas son nuestras. Que la torre de la catedral no es un campanario sino un faro que se yergue para iluminar los trenes que vuelven cada madrugada y un astronauta navega en el espacio pétreo de una de sus puertas aunque las manos que las tallaron disten siglos. Que “la Vieja” a pesar de ser vieja no tiene nada que envidiar a “la Nueva”. Que el gallo seguirá perenne en la torre como el suspiro cada anochecer al iluminar la plaza.

Me dijeron que sin saberlo te cruzas con ángeles de la guarda, con gente de paz, de bien. Que los silencios de sus gentes valen más que mil palabras y muchas veces no se oyen los aplausos porque aquí con el pálpito del corazón basta. Que en alguna cueva llegó a morar el mismísimo diablo y en sus palacios habitan seres que no pertenecen a este mundo. Que cada domingo no es la algarabía la que alza la voz en el centro sino que lo hace la dulzaina y el tamboril al ritmo que marca esta tierra acompañados de las castañuelas que son la canción salidas de la sencilla unión de manos y encina, la misma que campa a sus anchas en este campo castellano desde hace siglos. Que cada Noviembre se escala la Catedral hasta lo más alto para honrar a Dios y cada verano la tuna es nuestra banda sonora. Que en la primavera la Pasión está en la calle, sobre los hombros. Que por estas calles caminaron Santos, Literatos, Reyes, Universitarios, Lazarillos, Necios, Intelectuales, Descubridores, Reconquistadores... y detrás de cada medallón hay una intensa vida. Que enhechiza la voluntad de volver a ella…

Y yo me lo creí.

Y me lo creí caminándola y desgastándola con la mirada porque siempre me sorprende algo nuevo. Y me sumergí en sus historietas, imaginándome en otro tiempo, con otra ropa, con otra vida, en otra Salamanca. Y paseé por una ciudad Universitaria por naturaleza siendo universitario de aquellos de capa y sombrero. Descifrando y empapándome de las palabras de un doctor y de un edificio que en sí mismo es pura doctrina. El saber de antaño. Y me vi callejeando entre carretas y piedras, entre mendigos y sabios, entre edificios derruidos y otros recién nacidos. Y me sentí turista en mi casa pues siempre hay alguna habitación secreta que se resiste a abrir o quizá perdí la llave en algún sueño. Pero sin dudarlo sentí el calor de mi tierra en el aire porque es único y no se esconde. Estoy en casa.

Y el que quiera saber… ¡que vuelva!