sábado, 10 de noviembre de 2007

SOLO AMOR

Normalmente el amor que sientes más cerca por primera vez es el de madre, el amor que nunca muere,que se espera durante nueve meses y se alarga de por vida, el que te quita todo y gustosamente lo ofrece porque es amor. Sencillamente.

Pero recordé en la noche de los Santos que hay otro amor. Uno que rasgó mi “yo” e incluso hería al notarlo. Fue la demostración más parecida y cercana de este. La solidaridad extrema. El trabajo más altruista.

Hablaba del amor de una madre pero entonces me mostraron otro. El amor de Hijo (en este caso es con mayúsculas) que de alguna forma tornó en madre cuando su padre lo necesitó. Una hija que velaba cada noche cerca del padre, como una madre acuna a su hijo recién nacido. Pendiente de cada pálpito, de cada respiración, de cada mueca… Me mostró un amor egoísta que le pedía dejar de pensar para solo le diera tiempo a dar. Vivir solo para una persona para que sus manos fueran las manos del padre, al igual que sus piernas, sus brazos, sus pies… Y olvidarse de una misma y del mundo que se sigue moviendo alrededor, de qué es dormir, el cansancio y esconder lágrimas tan de dentro que te acaban por secar. Un amor absorbente pero gratificante.

Aún así seguir. Fuerte. Contando una y mil noches con sus mil y un segundos para que no falte ni un latido. La eternidad de meses y la velocidad del día. Solo tener tiempo de suspirar, elevar la vista al cielo, notar por un instante que todo sigue igual y recibir el calor que te envuelve al abrir la fría ermita de Cabrera. Sentir la paz que consiguen esos ojos negros (solo con mirarlos). Saber que Él está ahí, como siempre cuando lo necesitas, como siempre que le pediste que se acordara de ti.

Y ver que la vela se apaga. Aún así seguir. Fuerte. Caminando juntos como el primer día y mirarlo con los ojos con los que una madre mira a un hijo porque en definitiva son la misma carne, la misma sangre. Escuchar una y otra vez su nombre como solo él sabe entonarlo. Tenerte a su lado, como el perro más fiel, como la criada más servicial. Hasta darlo todo, incluso la vida, como solo una madre puede hacerlo, como solo una hija como tú sabe hacerlo.

Y al fin sentir el frío del final del camino en las manos, el cariño en los ojos, la tranquilidad del que descansa, como el bebé que duerme con una sonrisa. El silencio. Ver que todo se acaba y no poder remediarlo. Buscar su olor en la ropa, su voz en casa, su silla ocupada… Pasar la última noche juntos en la distancia, porque ya no está. Derramar las últimas lágrimas con la mejor de las sonrisas.

Y ver en sus ojos negros, tristes, cansados (incluso de mirar), la felicidad plena de haber devuelto una caricia a quien le dio miles, de calmar el sufrimiento con la medicina de las palabras, de las caricias, de coger los brazos lánguidos que la abrazaron y que la abrazan (hoy también).

Y devolver la vida a quien un día se la dio. Volver sola pero satisfecha pues él estuvo cuando ella vino al mundo y ella cuando él lo dejo. Eternamente unidos por el eterno don del amor.

Porque no hay mejor trueque que el amor por el amor. ¿Me entendéis ahora?

Para Pilar, que solo es amor.

jueves, 1 de noviembre de 2007

(ADLG)

Todos tenemos un ángel de la guarda (tú también) aunque dudo mucho que yo sea el tuyo, a pesar de que me llames así. Claro que me gustaría tener alas, estar ahí sin que lo pidas, como la sangre a la herida, pero no es el caso. Me gusta cuando me lo dices, no porque lo sienta de esa forma sino porque “el ángel de la guarda” (ADLG) esconde secretos (que no son gran cosa pero son nuestros), mensajes (el último de agobio o el primero de una fiesta, según se mire), sonrisas (algunas un poco incómodas como la de nuestra amiga Ester), lágrimas (que solo quiero recordar las que fueron causadas por la alegría), fotos y muchísimas cosas más (tú mejor que nadie lo sabe).

Cuando pienso que soy tu ángel de la guarda sonrío porque incluso durante cuatro años cuando hubo un paréntesis (como en esta carta, como a ti te gusta) siempre te sentí cerca, no tuve duda que era un paso, puede que un rodeo en nuestro camino para encontrarnos con mas fuerza. Un diálogo silencioso de miradas, de abrazos a distancia, de llamadas por hacer y cosas que decir. Siempre estuviste cerca aunque no nos enterábamos, aunque nos separaba una muralla de escasos centímetros.

¿Recuerdas nuestra carrera por la Gran Vía, tú por un lado de las columnas y yo por otro? ¿Te acuerdas de “la pastelera”? ¿De las escapadas en la hora de estudio con “la Cuasi” o “Choche” esperándonos para echarnos la bronca? ¿De las cuasi-reflejas? (Esto lo tienes que decir con tu entonación, si no, no tiene gracia) ¿De las fotos en la azotea del colegio y Amelia persiguiéndonos? ¿Del equipo de policía “la Escuadra”, buscando al delincuente invisible en la hora de inglés? ¿Te acuerdas de…? (Si esto ha servido para que sonrías como yo mientras lo escribo me doy por conforme) Qué bien lo hemos pasado ¿verdad? Ojalá nunca lo olvide.

Desde Virginia “la piña” la chica más alta de clase a Gyna una aspirante a psicóloga. Te veo feliz, ilusionada y me alegro. Sinceramente. Y me alegra aún más el encontrarme contigo una noche y que parezca que fue ayer mismo cuando nos acabamos de ver. Todo sigue igual.

He buscado una foto para ponerla aquí pero no he podido porque las mejores fotos las tengo en mi cabeza y no sería capaz de coger una que resumiera esto. Entendí que la mejor forma de mostrarlo, la mejor foto, eran las palabras, dejar que ellas hablaran y lo ilustraran. Y que seas tú la que ponga la banda sonora a mis letras (viniendo de ti, no se si alguna de Manolo García) pues yo ya la tengo y no es más que las voces, las canciones gritadas, las carcajadas, el aire, o el rumor del agua… y que seas tú quien continúes estas palabras (solo si quieres) y sigamos contando el uno con el otro o los unos con los otros, como siempre. Y que en unos días cuando carguemos con 50 años, nos encontremos en esta Salamanca y que sea como hoy o ayer. Viéndonos jóvenes con arrugas y una mochila con libros llenos de páginas escritas por nosotros. Y me sigas llamando “Ángel de la guarda” aunque no lo merezca. Como hoy…

Que tengas mucha suerte. Yo espero seguir ahí, a
tu lado, cerquita, a unos kilómetros de distancia.